Ana Bernal

Ana Bernal en Vivir en Sevilla de Gonzalo García-Pelayo

Anoche se publicó en Argentina una semblanza de la personalidad de Ana Bernal. A miles de kms de Sevilla un escritor y crítico cinematográfico le dedicaba estas líneas:

Ana Bernal

«El principio de Vivir en Sevilla es inolvidable. La película dirigida por Gonzalo García Pelayo en 1978 es importante por motivos que sería largo enumerar. Las razones son muchas, pero lo primero que llama la atención en esa película es Ana Bernal. Interrogada allí para la pantalla, Ana, una chica de veinte años, es el engranaje secreto de la película, el que despliega el misterio que hace de Vivir en Sevilla algo tan inusual, un hito en la historia del cine español, pero que además es mucho más que eso. Toda la fragilidad del mundo se concentra en esos primeros minutos en que Ana llena el plano, como si hubiera nacido para ese momento, respondiendo preguntas, titubeando, abriendo su alma como pocas veces se había visto antes. Ana no era actriz y no volvería a serlo salvo en otra película de García Pelayo. Ninguno de los dos juró nada, pero el asunto se decidió de ese modo. Ana siguió su vida, el director también. El hilo que unió a los dos era delicado e indestructible, como los pactos de palabra, como los secretos de los confabulados. Hace muchos años vi por primera vez Vivir en Sevilla en una edición del Bafici, sin saber nada de uno ni otro. No sabía ni aun viéndola si la película era ficción o documental; no conocía a ninguno de los varios personajes sevillanos ilustres que allí aparecen, ni tampoco la relevancia histórica que la película evidentemente tiene. En definitiva, no sabía nada. Pero resulta que por esos milagros de la vida, hace un par de años, y después de haber visto la película unas cuantas veces más, pude conocer en Sevilla a Ana Bernal. Me acuerdo de que con mi amigo Leonardo Bonfim, programador de la Cinemateca Capitólio de Porto Alegre, aterrizamos en una mesa al aire libre, en una noche fresca de pandemia –con bares cerrados y movilidad reducida-, con la mismísima actriz después de haber asistido en vasta comitiva al estreno en el Festival de Sevilla de la última película hasta entonces de García Pelayo. Ana ya no era una niña sino una señora espléndida. Un poco cohibidos al principio delante del gracejo imparable de Ana, no dejamos sin embargo de darle charla, a los pocos minutos ya fluidamente, de chancear con ella como si fuera una amiga de toda la vida, como si estuviéramos en un sueño, o dentro de una campana acristalada en que la noche parecía poder vivir y estirarse indefinidamente, al calor de las copas, del modo andaluz –ese bellísimo habla, el andalú, tramado con música y con vivencias y con desdichas y con vitalidad impagable-, como si la conociéramos de siempre. Ana acaba de morir, pero en realidad sigue estando: no es un lugar común, o una compensación pobre, insuficiente, que inventamos para consolarnos. Quién sabe qué se la llevó. En cualquier caso, está con nosotros. Todos los cinéfilos conocen momentos parecidos. O mejor, parafraseando a Conrad, solo los cinéfilos conocen momentos semejantes. Es como un don, una gracia, una bendición. Esos rostros viven, nos acompañan, están ahí. Esa gracia existe. Ahí está Ana, no por casualidad, en una película llamada Vivir en Sevilla. En Sevilla se vive eternamente. Toda la gloria para esa ciudad y para Ana, entonces.»

Gracias David Obarrio, a veces de su cuerpo brotaba la alegría (verso de una canción de Pablo Guerrero de un disco que produje por entonces)

Publicado en: 15/01/20253,3 min. de lectura651 palabrasCategorías: Personal

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