Festejando Viena
“… Al día siguiente decidimos ir al restaurante Der Freischütz para celebrar por todo lo alto aquella gran victoria, que había supuesto hasta el momento la cumbre de nuestra aventura por varios casinos europeos…”
– “… Ahora que estamos todos vamos a hacer un brindis por el pelotazo que hemos dado- nos propuso Vanessa.
Todos levantamos nuestras inmensas jarras de cerveza bien cargada y empezamos a pegar gritos y vítores.
– Ya que estamos aquí, ¿por qué no lo decimos en alemán? Prost! —propuse también.
– ¡Prost! ¡Prost! ¡Prost!- gritamos todos a una.
– Y ahora, a por Dinamarca. ¡Viva Vicky el Vikingo!- añadió Guillermo…”
“… Marcos y Cristian tomarían un avión hacia Copenhague para preparar, junto con mi madre, el desembarco que se avecinaba….”
“… llegamos a Copenhague con una magnífica impresión de la calidad de sus ruletas. Teresa había estado tomando números durante bastante tiempo, y el posterior análisis nos mostraba que aquellos casilleros parecían tener auténticos agujeros en algunas zonas por donde, jugando a unas veinte mil pesetas la apuesta, podíamos armar un edificante lío si las cosas se daban medianamente bien…”
“… comenzamos a jugar por el máximo. Habíamos llevado a Dinamarca veinte millones de pesetas y apostábamos sin miedo una media de doscientas cincuenta mil por cada bola en cada una de las dos mesas…”
“… Diez minutos más tarde, se nos acercan los gorilas del casino para decirnos que les acompañemos… Yo me resisto un poco, pero veo que se puede formar un alboroto con la consiguiente llegada de la policía, que en todos los países se pone aburridamente a favor del casino, a favor del más fuerte.
En ese momento llevábamos tres horas jugando y ganábamos justamente tres millones de pesetas. Parece ser que la dirección del casino no nos aguantaba a un ritmo tan fuerte y, además, dando pocas propinas a sus esbirros.
Nos llevaron a un despacho, donde un tipo sentado detrás de una mesa nos contó en inglés que al vernos tan organizados había intentado conseguir información sobre nosotros.
Ellos pertenecían a la misma empresa que Austria Casinos y, al llamar a Viena, habían sabido quiénes éramos y la que allí habíamos formado.
A la calle, que nos lleváramos lo ganado, pero que no volviéramos a pisar sus salones. Para reafirmar lo dicho, hizo un gesto a un niñato vestido con tejanos y zapatillas de deporte que lo acompañaba para que nos mostrara una pistola que llevaba bajo el brazo sujeta con unas correas de cuero.
Les dijimos que, confiando en la conocida liberalidad de su país, nos íbamos directamente a la comisaría más próxima a denunciar este flagrante desprecio por nuestros más elementales derechos (fundamentalmente nuestro derecho a llevarnos un millón por hora sin hacer ningún tipo de trampas, pensé para consolarme).
Nos habíamos equivocado dando algunas propinas. Los jugadores profesionales como nosotros nunca deben darlas. Fue una debilidad imperdonable…”