Viena máxima ganancia de Los Pelayo
Y nos fuimos a Viena, así empieza el libro “La fabulosa historia de Los Pelayos”:
Desde luego que Viena no es la mejor ciudad del mundo para encontrarse alegre, pero aquella noche nos sentíamos absolutamente exultantes con lo que estaba sucediendo en el casino de aquella ciudad.
Ya llevábamos bastante tiempo jugando en muchos otros casinos de distintos países y muchos más todavía estaban por llegar, sin embargo, de sobra sabíamos que lo que en ese momento se cocía no sería fácil de repetir. Con las seis personas del grupo que nos habíamos desplazado a aquella tan palaciega como decadente capital conseguíamos tener a raya dos mesas de ruleta americana y una francesa.
Estas no paraban de arrojarnos premios y más premios, y en ese momento nuestra única preocupación era no quemarnos con el fuego que expulsaban aquellas ruletas, y más aún los directores o jefes de sala de aquel local.
El caso es que íbamos ganando unos once millones y medio de pesetas al cambio, o sea que, realmente, lo que se dice preocupados, la verdad es que no lo estábamos demasiado…”
Las ruletas estaban encendidas y los jefes de sala y los crupieres también. Los chicos de la “flotilla” jugaban de dos en dos en cada mesa, se jugaban 9, 12 ó 18 números y no daba tiempo a recoger los premios, apuntar el número y volver a poner todas las fichas en juego, con lo que lo hacían a cuatro manos, ya que una de las estrategias del casino era que los crupieres tiraran las bolas muy rápido.
Los clientes del casino de Viena eran bastante grandes y rudos, el casino estaba lleno y cuando querían poner un número al otro lado de la mesa, arrasaban como si de un partido de rugby se tratara, los chicos que siempre se ponían en el centro de la mesa para poder llegar a todos los números, acabaron derrengados por aquellos envites, las prisas, la tensión y la intimidación que ejercían algunos de los crupieres, que a la hora de estar en el casino ya se sabían los nombres de Los Pelayos y mientras tiraban las bolas, les susurraban sus nombres como si de una película de terror se tratara.
“… Empezábamos a darnos cuenta de que era muy probable que aquello no durase muchos días más, y nadie nos tuvo que pinchar demasiado para llegar a la conclusión de que teníamos que intentar ganar todo lo que pudiéramos.
Ni justa medida, ni aquel charme que se le supone a los jugadores profesionales de opereta que emanan de la muy desviada imaginación de escritores gustosos de experimentar con personajes ideales. Nada de eso, teníamos que ir a por todas, y conseguir sacar de aquel casino todo el dinero que ganásemos en estado sólido, o, como suele decir la gente culta cuando se relaja, en crudo.
Era evidente que la guerra estaba servida, y por eso la estrategia era darnos relevos. Mientras unos soportábamos estoicamente la presión del momento del juego, otros descansaban un rato en la siempre estimulante barra del bar…”