Un Quijote en pleno s. XXI
Un Quijote en pleno s. XXI. Gonzalo García Pelayo. El año de las 10+1 películas
Con motivo de la reciente inclusión en la plataforma española FlixOlé de las películas de Gonzalo García Pelayo y sus ‹making of›, que componen el proyecto de 2022 “El año de las 10+1 películas” —complementando a las cinco que ya estaban—, y la muy próxima llegada también a Filmin, me dispongo a escribir sobre este cineasta sin igual en el panorama cinematográfico español. Un director que podríamos considerar de culto, cuya trayectoria profesional desde que debutó con Manuela en 1976, ha experimentado ascensos, largas paradas en el camino, resurgimiento y el avivamiento de un fuego cinematográfico que nunca se extinguió del todo y que estaba esperando el impulso y momento necesarios para regresar con más fuerza y acopio de ideas que nunca.
A García Pelayo (1947) se le ha relacionado más con su ingente carrera como productor musical, quizá producto del parón cinematográfico de treinta largos años (con algún trabajo en la televisión y dedicación al mundo de los casinos como jugador profesional de póquer), unido a múltiples facetas relacionadas por su carácter infatigable y emprendedor en el que ha sido empresario del club Dom Gonzalo en la Sevilla del tardofranquismo (donde se escuchaba música extranjera muy poco habitual en España traída de sus viajes a París y la influencia de la base norteamericana cercana), locutor de radio, presentador, apoderado de toreros y también promotor en el mundo editorial a través de su Serie Gong Editorial. Persona que se convierte en personaje al escribir junto a Iván García Pelayo un libro de su aventura con sus hijos por casinos de medio mundo y su relación con su pasión por las matemáticas, que desemboca en numerosos proyectos y una película en 2012 titulada The Pelayos, dirigida por Eduard Cortés, estrenada en el Festival de Málaga que contribuyó a crear una leyenda en torno a esta interminable familia.
Pero, por su contribución al cine, merece un gran hueco en la historia de nuestro país, a pesar de contar con escasos éxitos comerciales (excepto Manuela, 1976, su ópera prima y Frente al mar, 1978) y poco apoyo de la crítica. Y la causa es que su obra está marcada por una singularidad respecto a sus coetáneos, desmarcándose en una forma de hacer cine más desobediente, poco entendido en su tiempo, muy libre, insobornable y producido de una forma que no encajaba con la forma corriente de proceder en la industria española. Resistente desde los años 70, nos sorprende por la enérgica proliferación de los tres últimos años en el que se ha embarcado en dos aventuras quijotescas, ambiciosas y arriesgadas; la última en este 2023, en la que se encuentra actualmente inmerso rodando el titulado Otro año, diez más entre Argentina y España y de la que he podido ver ya tres de ellas. Todo un desbordamiento e incontinencia creativos sin parangón en el cine internacional (bromeando le he dicho: «Ni Hong Sang-soo puede seguirte el ritmo») que no parece tener fin y que pretende dar voz y compensar el silencio cinematográfico de décadas, quizá debido a la independencia de su obra, la libertad creativa, forma emancipada de financiación que huye de lo convencional y su firme apuesta por un cine hecho en Andalucía y el extranjero, lejos del centralismo habitual.
Como expresa de forma muy certera José Manuel Cruz en su reciente libro Gonzalo García Pelayo. Rodar viviendo (2023): «Si Luis Buñuel (y otros muchos directores) han hablado abiertamente de “películas alimenticias” y trabajos de encargo, toda la obra de Gonzalo García Pelayo está realizada al amparo de su voluntad y deseo expresos como autor, siendo un ejemplo insólito en una cinematografía (y en una cultura) como la española, en la que el precio a pagar por la defensa de una completa libertad creativa suele ser el ninguneo, el ostracismo o la indiferencia». Y sí, la ausencia de amparo oficial, inexistencia de etiquetas, financiación propia (con la excepción en el pasado del conocido productor Andrés Vicente Gómez, que produjo Corridas de alegría (1982), desapercibida en su tiempo y reconocida posteriormente por el crítico José Luis Guarner) o por parte de coproductores como Gervasio Iglesias de este proyecto de 2022 (abierto a otro estilo de producción más pequeña y con confianza plena en el director), le erigen como un cineasta controvertido, libre, de culto, cuyos circuitos de exhibición rondan lo alternativo, a través de su presencia en festivales internacionales y nacionales, espacios como el Museo Reina Sofía, Cineteca Madrid o retrospectivas en Francia, Argentina y Austria.
Una obra que se recita y orbita en la contracultura desde sus inicios, estableciendo los cimientos del ‹underground› sevillano y andaluz, que le han conferido un aura insurrecta y de “malditismo” roto por la valoración positiva y reconocimiento de otro de tipo de críticos muchos años después y la feliz aparición de una de sus películas, Vivir en Sevilla (1980) en 2012 en la lista Sight and Sound, hecho que constituyó un fuerte estímulo para que brotara de nuevo la frescura de su cine y la posibilidad de ahondar y proseguir en los elementos que siempre le caracterizaron.
Así surgió la primera de su segunda etapa Alegrías de Cádiz en 2013, a la que siguieron Niñas, Niñas 2, Copla, Mujeres heridas, Todo es de color o Nueve Sevillas, entre otras, donde la codirección con Pedro G. Romero se convierte en un excelente tándem, como pudimos ver también en Siete Jereles, la más mayestática y depurada del proyecto 10+1 y que obtuvo un premio en el Festival de Sevilla el pasado año.
El cine “garcíapelayiano” se mueve por unas coordenadas concretas y casi inamovibles desde sus inicios, aunque parezca que sus películas difieran mucho unas de otras y su estilo se aprecie en la actualidad más acendrado. Un estilo desenfadado, libre, rompedor, concienzudamente imperfecto, pasional, con la presencia de sexo más y menos explícito (algún problema de clasificación X ha impedido su exhibición y la única participación en festivales), con la mujer como eje fundamental, narrativamente fuera de toda convención clásica, con mucho de intuición y poco de encorsetamiento. Podríamos denominarlo experimental, muy fresco, natural, con la música y la alegría por bandera, que hace de su visionado una experiencia atípica en la que el aparente “desorden” esconde una organizada y deliberada forma de hacer cine, aunque nada rígida, sino abierta a cambios tal como haría Roberto Rossellini en sus rodajes. Cine que exuda el gozo de rodar, de contar, que refleja vida, que se vive, para vivir, que celebra la vida. Vida, vida, vida…
Recientemente he visto un corto de 1967, inédito hasta hace un año de Agnès Varda grabando a Pier Paolo Pasolini en Nueva York, en el que le hacía una serie de preguntas mientras salían imágenes documentales del bullicio de la ciudad. El director italiano le respondía que no hay diferencia entre realidad y ficción en el cine, que todo es realidad y que detesta que los actores actúen haciendo de lo que no son. Esa idea del imperceptible límite entre realidad y ficción podemos verla en este proyecto de 2022 y también en la interpretación de sus actores, que a menudo leen los guiones (como ya hizo Miguel Ángel Iglesias muchos años antes), prevaleciendo quiénes son antes que sus personajes, a través de diálogos imperfectos, buscando la espontaneidad del momento sin importar errores o silencios; hay artistas entre ellos que se desnudan con el desgarro de su voz y mudan su piel en cada escena. Vemos realidad, vitalidad, jolgorio, crítica, conversaciones y reflexiones filosóficas a pie de calle seguidos por una cámara testigo de un cine con vocación de ‹cinéma verité›.
Que a Pasolini le hubiera gustado muchísimo Alegrías de Cádiz (2012) lo leí hace unas semanas y revela la grandeza y difusión fuera de nuestras fronteras de la obra de García Pelayo. Escribía Marcos Ordóñez en 2014 a propósito de esa película en El País: «Viendo Alegrías de Cádiz no dejé de pensar en lo mucho que le gustaría a Pasolini esta película. (…) En Cádiz podría Pasolini volver a sonreír y encontrar las sonrisas de todos los Ninettos y todos los Acattones: la sonrisa de aquellos barrios de Roma, los borgate de las orillas del Tíber, que todavía olían, como sus gentes, a jazmín y a sopa humilde». Hasta el veterano y famoso crítico Jean Narboni llegaría a ver esta película, aludiendo a la relación con Pasolini con respecto al tratamiento del arte popular cuando se proyectó el cine de García Pelayo en 2014 en París, comentándole al director español que veía similitudes con Monteiro en la película Frente al mar.
Porque en el cine de Gonzalo, bajo una aparente epidermis de caos narrativo, ritmo inusual, gente pintoresca, situaciones extravagantes, o frescura que aparenta superficialidad, subyace un profundo conocimiento del cine —se pueden establecer diálogos en sus trabajos con cineastas muy reconocidos— de una persona que ha visto mucho, autodidacta y con formación unos años en París, donde se educó con el mejor modelo. En este sentido, José Manuel Cruz, en el libro anteriormente aludido, añade que «…en las películas de Gonzalo García Pelayo siempre late una honda preocupación filosófica y expresiva y, para desentrañarla, es necesario aplicar el método estricto y disciplinado que permita desvelar las claves de una obra que esconde mucha más enjundia que la que su superficie quiere demostrar».
Y así se presenta este proyecto de 10+1, que en un principio iba a ser de siete y que viendo que sobraba tiempo (rasgo de un cine hecho a voluntad, con rápido y eficaz proceso de preproducción y producción) ascendió a diez, para después añadir una más en tierras argentinas. País de adopción del director, que también ejerce de productor al otro lado del Atlántico bajo el sello Producciones Gong Cine Argentina, apoyando a directores como Santiago Loza, Lautaro García, Ingrid Pokropek o Lucía Seles, consiguiendo estar presente con alguno en diversos festivales como el BAFICI y Mar del Plata. En cuanto a Lucía Seles ha encontrado la horma de su zapato y ha depositado tal confianza e ilusión, que se ha convertido en uno de sus personajes principales en una película que acaba de editarse: La próxima película de Carmen Trevilla (2023), además de producirle varias películas, obteniendo el Gran Premio de la Competencia Argentina en el BAFICI 2023 por Terminal Young y exhibición de Smog en tu corazón en la Semana de la Crítica de la Berlinale.
Continuando con el espíritu del proyecto de las 10+1 de 2022, reflejar que se encuentra repleto de personajes variopintos, donde la actuación rígida con guion no se contempla (aunque sí cuenta con un equipo de buenos guionistas) como una prioridad, sino que se respira improvisación como uno de los rasgos identitarios del director; salpicado por la presencia de muchos artistas excepcionales que constatan esa cualidad de “ojeador” del arte de García Pelayo, producto de un olfato cultivado en tantos años de descubridor e impulsor de carreras musicales como Triana, Lole y Manuel, María Jiménez, Luis Eduardo Aute, Carlos Cano, Hilario Camacho, Medina Azahara o Labordeta, entre muchos otros. Además, se trata de un proyecto en el que las grandes y vistosas localizaciones aportan una cualidad importante, enmarcando y dando entidad a escenas de cante o conversaciones y reflexiones sin las cuales no tendrían esa relevancia. Ciudades con sus rincones repletos de risas, filosofía y duende, playas españolas, portuguesas y de India donde se derrama y resuena la música de forma infinita. Edificios casi irreales por su arquitectura, la magia de Sri Lanka o la eternidad de India, la modernidad de Nur-Sultán, en Kazajistán. Todo un despliegue natural y urbano enfatizado con imágenes aéreas, siempre presentes en el cine de García Pelayo, pero adaptadas a la tecnología del presente.
Historias diversas, que en principio parecen no estar conectadas, ni emparentadas por un hilo conductor, pero sí, sí lo hay, sin lugar a dudas. El director sigue una hoja de ruta en este proyecto con alma de ‹road movie› que indaga en lo humano, en la que existen elementos que proporcionan unidad y que la vertebran de principio a fin. Su cine carece del conflicto clásico, no sigue las pautas de introducción, nudo, desenlace, sino que más bien se presta a una “confusión” con una estructura anárquica en la que despuntan momentos álgidos que buscan la emoción, la espontaneidad y que no buscan una resolución final, ni cerrar historias, porque en él discurre la vida y todo lo que se abre camino en ella. El amor, la pasión, el sexo, la celebración constante, el arte, la irreverencia, sentir que esos elementos tienen continuidad y se dilatan en cuanto terminan los créditos finales (él no pone FIN a sus películas) para llevar con nosotros la emoción y que nos acompañe el tiempo que sea necesario.
Somos testigos de un constante subrayado de ideas escritas que se insertan sobre las imágenes a modo de complemento, otro rasgo de su cine desde sus albores, así como de una puesta en escena a la que, supuestamente, no concedemos tanta importancia, o a la que no se destaca como a otros aspectos, pero que se alza con el prestigio de crear algunos de los planos más bellos por su composición que he visto nunca en la película Diario Tamil, o exhibir planos secuencia muy elaborados y grandiosos como los de Siete Jereles con un encadenamiento de escenarios emocionante y de enorme calidad. Otro elemento identitario de este proyecto es la inclusión constante de guiños de metacine, que formulan un cine autoconsciente, que fluye entre la frontera documental y ficción con acierto, que enseña las tripas del rodaje en algún momento y que aporta un sello de cine “a medio hacer” muy agradable y cercano, que atrapa.
Rasgo también importante en este proyecto es el de incluir ‹making of› (dirigidos por Carlos Escolano) de cada una de ellas alejado del común que complementa escuetamente a la película principal, sino que funcionan como prolongaciones de las mismas, en las que se enfatiza, aún más, si cabe, en la sensación de cine vivo, de veracidad, donde observamos un equipo “endogámico” que compone la producción “garcíapelayiana” con los que repite una y otra vez, entre los que destaco a su hermano Javier García Pelayo, estupendo actor habitual en sus películas desde los inicios, co-descubridor y manager de muchos grupos musicales junto a Gonzalo hace años y coordinador de la producción cinematográfica actualmente de Serie Gong Cine. ‹Making of› en los que no se elude algún conflicto interno y enfados del director para conseguir que los actores entren en la escena como él quiere o la entiende, pero donde también advertimos su gran paciencia y capacidad de escucha de otros momentos. En ese sentido me parece un lujo que participemos de los entresijos del rodaje, las dudas, la impaciencia, el cariño; que el director sea entrevistado y nos desvele con su gran verborrea cómo entiende su cine —creando unos aforismos deliciosos, acreedores de un gran conocimiento y muy descriptivos— y que los actores se despojen totalmente de artificios. Todo a través de este tipo de enfoques que se dan poco en el cine actual —me encantaría haber visto “en acción” a William Wyler, con la fama de perfeccionista que tenía, a Marcel Carné por las mismas razones o a Roberto Rossellini, con su especial forma de concebir el cine— y también a través de la disponibilidad de información proporcionada en primera persona en redes sobre sus proyectos, producción y postproducción de su obra “en directo”; publicación de críticas diversas, de periódicos o particulares, compartiendo información asiduamente como una forma alternativa de difusión de su cine que funciona muy bien, aparte de la existencia de una página web completísima, actualizada a diario y un blog dentro de ella.
Cine el de este proyecto que huye de un dramatismo exacerbado, jamás encontraremos un ‹fatum› insalvable o un ‹pathos› destinado a causar una conmoción o sufrimiento en el espectador, sino más bien dirigido a despertar la emoción, la pasión instalada en personajes con los que empatizar rápidamente o el uso de la música casi como elemento espiritual, tocada o cantada con artistas en estado de gracia como Selina del Río, José de los Camarones, Laura Marchal, Nagot Picón, Tomasito, Dolores “Agujetas”, “La Macanita”, Diego Carrasco y muchos más.
Proyecto producido por La Zanfoña producciones, de Gervasio Iglesias, unido a Serie Gong Cine, formado por los siguientes títulos en orden: Dejen de prohibir que no alcanzo a desobedecer todo, Ainur, Así se rodó carne quebrada, Alma quebrada, Chicas en Kerala, Diario Tamil, Siete Jereles, Tu coño, Pensamiento insurrecto, El otro lado de la realidad y Arde. Películas que no rebasan los 75 minutos, tremenda y felizmente digeribles (no todas con igual calidad, pero sí la mayoría buenas y algunas excelentes) y de las que me guardo para siempre el quebranto de la voz y mirada de Selina del Río y el desgarro e intensidad de José de los Camarones en Alma quebrada; la alegría de vivir y la irreverencia de los artistas y actores de Dejen de prohibir que no alcanzo a desobedecer todo; lo místico y puesta en escena solemne de algunos momentos, el duende nocturno y libertad de las yeguas por las calles en Siete Jereles; el color, entorno y libertad que se respira en Diario tamil; la deconstrucción y singular adaptación literaria de El otro lado de la realidad y la audacia narrativa y puesta en escena fabulosa que hacen de un tema tabú un espacio artístico en Tu coño…
Gonzalo García Pelayo, Quijote del s. XXI, aventurero y pionero de un cine en España en los setenta y ochenta inaudito, que conserva en la actualidad esos elementos formales y conceptuales que lo diferenciaron y no ha sucumbido al sistema, ni ha sido absorbido por él. Un “loco” idealista, empecinado en lo imposible, defensor de lo anti-académico, rodeado de los suyos, patriarca de una familia inabarcable con una imperiosa fuerza creativa, inagotable que, en palabras suyas en la película El año de las 10+1 películas (2023), ‹making of› resumen del proyecto, de Carlos Escolano, desea seguir rodando hasta los 120 años. Una persona que rueda cuando es el momento, que arde en cada proyecto sumando fuerzas de su equipo a modo de lupa, que tiene claro no hacer lo que uno no quiere. Ojalá siga viviendo, rodando y estrenando como Manoel de Oliveira, pues si rodar y captar vida la alargara, compensado estará con creces.