Pensando en Lucía Seles
Primer comentario crítico (Alfonso García) sobre las dos partes que componen “La próxima película de Carmen Trevilla”:
Gonzalo García-Pelayo tiene, pensando en Lucía Seles, la convicción firme de estar frente a uno de los raros talentos cinematográficos deslumbrantes de verdad de este momento, a nivel mundial. Yo, que por gentileza de Gonzalo, he podido acceder a un puñado de las películas más recientes de Seles, en cuya producción en Argentina se ha involucrado nuestro compatriota, comparto esa misma convicción.
“La próxima película de Carmen Trevilla”, dirigida hace unos meses por García-Pelayo en Buenos Aires y protagonizada por Lucía Seles, casi en régimen de omnipresencia en pantalla, es el indisimulado tributo a esa admiración, a la complicidad artística sobrevenida y a la amistad entre dos personas tan radicalmente distintas y dos mentalidades que, pese a ello, han conectado a fondo. Quién sabe si por una común vocación de encontrar la lógica, el rigor y el orden allí donde una mirada superficial sólo vería caos y excentricidad. Además por caminos muy distintos y bajo una escala de apreciaciones culturales que debe confluir en menos asuntos de interés común que en la perspectiva, presumiblemente muy distinta, que deben tener sobre muchos más.
Carmen Trevilla es el personaje de Seles en este documental disfrazado de ficción. Y es, al 100%, una personalidad indisociable: habla como Seles, viste la ropa de Seles, tiene ritmo Seles, le escuchamos la misma variante de endemoniado spanglish que tiene patentada Seles… Además dispara constantemente frases emanadas del reconocible territorio Seles, que no dejan de asombrar por su osadía, su atipicidad y sus hallazgos poéticos. Podrías llenar varios folios, si tienes la precaución de ver esta película con los oídos muy alerta y un bolígrafo a mano, a base de perlas selectas dentro del torrente verbal de Lucía Seles. Cuando rompe a canturrear con voz precaria y no muy afinada, o a revelarse como bandoneonista muy competente, no hay más remedio que acordarse de Daniel Johnston, que debe ser lo más parecido a un alma gemela que haya tenido Seles en el mundo artístico.
La sencilla coartada de ficción es asistir, en primera línea, a los preparativos de rodaje inminente de una película de Carmen Trevilla sobre Carmen Trevilla. Localización de escenarios (¡atención a la alucinante confluencia de los estadios del Independiente y el Racing de Avellaneda, literalmente pegados entre sí!, lo que para Trevilla-Seles supone el puro Puerto Hurraco del fútbol mundial), captación de cómplices, planificación en vivo y hasta primeros ensayos con actores, entre los que aparecen la estelar Pilar Gamboa y Javier García-Pelayo, presentado por Carmen Trevilla como “mi único amigo europeo”.
La directora se hace acompañar en todo momento por los dos supuestos productores, uruguaya y español (otro Pelayo, Iván), que serían los de los sueños de cualquier cineasta. No sólo no plantean contradicciones ni restricciones, sino que muestran una conexión casi reverente con cada una de las ocurrencias que va planteando Trevilla. Corre a cargo de Iván una suculenta reflexión sobre lo que es ahora mismo el cine de autor en libertad y el encorsetamiento en corrección política al que, ya sin disimulo, quieren someterlo, por ejemplo, los gestores de festivales de cine supuestamente “alternativos”, como Rotterdam o Locarno.
La bomba transgresora más provocativa de Seles en estas dos horas y media de viaje a su universo de convicciones y afinidades (con prolijas listas de cosas y situaciones que le provocan sufrimiento, que detesta o que le resultan estimulantes, por ejemplo caminar con monjas), es su fascinación por la Dulce Neus (protagonista de la crónica negra española hace un montón de años), que contrapone al aburrimiento que le provoca la obra de Ingmar Bergman. Seles-Trevilla es tan categórica en eso como en todo lo demás. Y además, radicalmente sincera. Dice eso de Bergman cualquier otro y le mandas al infierno: lo dice Seles y te partes de risa. Eso se llama tener ángel, amigos.