“No pisamos el espacio y el tiempo. Flotamos sobre ello”. “Nada está perdido. Se guarda en las raíces y en las piedras”. Zoe y Asia suben los peldaños del yacimiento arqueológico de Sigiriya (Sinhagiri) en Sri Lanka: una roca magmática volcánica, visible desde gran distancia -como el plano dorsal en el que se van acercando los tres personajes-, y que contiene los restos del palacio del rey Kasyapa (siglo V). El espectador “siente” la voz de la piedra y la selva en el canto de Asha Bhosle interpretando la oración “Guru Bandana”. Las dos mujeres han “ascendido”, mientras el hombre permaneció abajo. Las copas mojadas de los árboles se funden con imágenes de las pinturas eróticas en la roca. La portentosa filmación de esa “armonía” de naturaleza y arquitectura no solo es un prodigio técnico de la alta definición sino del encuadre místico del autor.
A pesar de los rótulos que indican numerales de “días” o “amaneceres”, pronto “intuimos” que el único tiempo del film es el de la música “raga”, los “polirritmos” de los “talas”, en los que la “octava” queda dividida en 22 partes no iguales llamados srutis, lo que produce “perplejidad” al oído europeo, expresada por Zoe/Selina: “yo estoy, desde chica, cantando mantras, pero ahora estoy investigando más. Me cuesta mucho, en algunos compases me pierdo. Otros los sé contar. Otros, digo, Dios mío, ¿cómo han contado esto?”. La música, “esa vibración interior, que revela lo invisible”, es el “acceso” “intuitivo” a esa “realidad invisible” que buscaron hace décadas muchos jóvenes occidentales en el “Hippie trail” (sendero hippie) u “Overland”, y que Darío parece evocar, acompañado de sus dos mujeres.
Ésta es una cinta sobre el “espacio”. Gonzalo García-Pelayo tenía unas localizaciones (Sigiriya, Kanchipuram, Mahabalipuram, Chidambaram) y “debía” situar allí a sus “personajes”, porque tienen que “habitarlo”. Y lo “habitan” contemplando, cantando, caminando y hablando.
El filósofo alemán Martin Heidegger (1889-1976) reflexionó sobre esto en la conferencia “Bauen, Wohnen, Denken” (Construir, Habitar, Pensar) (1951): “Al habitar solo llegamos mediante el construir… pero no todas las construcciones son moradas… y el construir es, ya en sí mismo, habitar…”. Los occidentales nos limitamos a “alojarnos” en lugares, en espacios cerrados, pero el “habitar” es la manera en que somos en la tierra, “cuidando” o “custodiando” la “cuaternidad” del “residir junto a las cosas”, “cuaternidad” formada por los mortales, la tierra, los divinos y el cielo. Ese “construir” que pertenece al “habitar” queda patente en la bellísima imagen del “puente” expuesta por Heidegger: “el puente deja a la corriente su curso, y, al mismo tiempo, garantiza a los mortales su camino, para que vayan de un país a otro”. El “vivir” humano ha de ser un “habitar” la tierra, “cuidando” de ella.
Por eso hay un diálogo fundamental de Zoe (Selina del Río) junto al Templo de Chidambaram, dedicado a Shiva, en su forma de danzarín cósmico: Nataraja, asociado al espacio. El “danzante divino” Nataraja aplasta con su pierna a Apasmara, el enano que simboliza la “ignorancia” espiritual y nos mantiene en el estado de Maya, la ilusión irreal de las “cosas” del mundo. El director encuadra en un hierático contrapicado el templo profusamente adornado con esculturas de Shiva. En Chidambaram, el espacio es venerado para indicar que lo divino está más allá de la comprensión humana. Allí, a propósito del número 108, le pregunta Darío a Zoe por su tentativa de cantar un “mantra”, y si se siente “invadida” por él, pero Zoe -quizás, en realidad, Selina- rectifica: no se siente invadida, sino “habitada” por el “canto a la vida”. Ese “mantra” que, a continuación interpreta con tres músicos indios, es el Gayatri Mantra 108 Jaap. Selina -olvidemos a Zoe por un momento- habla del ritmo musical del universo, trascendente: “todo es música”, “en todo hay un pálpito”. Ahora entendemos el prólogo de la película en el que el director aparece sentado escuchando música indostánica. “Llegar a lo divino” a través de la música. La familia triangular avanza en travelling frontal con el imponente templo detrás. Un altísimo guía local les acompaña. Gonzalo García-Pelayo “desliza” el mantra cantado por Suresh Wadkar mientras el travelling vira lateralmente. La cámara gira a travelling dorsal, pero uno tiene la sensación de que, en realidad, los personajes no se mueven. Porque todo el movimiento del mundo es producto del velo de “Maya”, el “movimiento” es circular, sin principio ni final, es el “Ciclo Cósmico”.
Así -como el propio director reconoce-, el “espacio” “es casi un personaje” en las primeras ocho películas de la serie: “lo tomo del “Ave María” y esa idea está presente en varias películas, como “Rocío y José” (1982)”. Zoe dice: “Yo estoy alucinando con el sitio, con este rincón del mundo… que parece que estaba ahí, como si fuera nuestra casa”.
Mas el “espacio” en India está “vestido” de un “cromatismo” casi cegador. Los atuendos de los protagonistas se mimetizan con el festival de colores de paisajes y gentes. Era necesaria la escena de la tienda de telas para confeccionar un “sari”. Siempre los personajes se mueven por ciudades “sagradas”, como Kānchipuram: “un Big-Bang de hilos y sedas”, “buscando” reconfigurar una “identidad”, que no se constituye con el “tiempo” banal de la vida europea, entre la rutina y la prisa, entre el deseo y la insatisfacción, entre la “posesión” y el “desamparo”.
En esta “urdimbre espacial y cromática” tienen lugar los “diálogos” continuos de los protagonistas, que oscilan entre la cotidianidad familiar de unos hijos compartidos (“hijos del amor de un hombre y dos mujeres”) -Nilo, Lucas, Luz-, y la búsqueda de la paz de espíritu a través de la “intuición”, lejos de las “revelaciones” o los “análisis” racionales -como señala Darío en un paseo por la playa con Asia-.
Como en la mayor parte del cine de Gonzalo, las mujeres son “fuerza” y “luz”: la “luz” de su “belleza”, porque toda luz es un “iluminar” el “ser”. La “conversación” sobre la “maternidad”, bajo el efecto relajante del cannabis, hace “resplandecer” a Zoe/Selina -dorada y madura- y a Asia/Ginneth -morena y joven-. Sus paseos iniciáticos y su “deseo” -Zoe anima a Asia a “buscar” amor en el hermoso guía indio– son la manifestación de la “fuerza”. Todo “deseo” es “fuerza” -“सर्व” (sarva), en sánscrito, que expresa la “totalidad”-. García-Pelayo recurre a dos mujeres para mostrar ese “poder generador” (बलम्). El “erotismo” es el impulso del deseo. Darío reúne a las dos mujeres en la India, el “espacio” donde el “deseo” es “sagrado”, y no “pecado”, como en Occidente. El ritual final (“la búsqueda se convierte en encuentro”), en un templo de Chidambaram, “une” al trío poligámico, entre incienso, ofrendas y flores. Selina y Ginneth –bellísimas, en primeros planos- “contemplan” desde el “océano de paz” del fondo de su ser la ceremonia.
El árbol –raíz de todo “habitar” y fruto del cielo-, el baniano (Ficus benghalensis), con sus raíces enrevesadas, abre y cierra la cinta, a la que se añade una hermosa “coda”: el paseo de Zoe/Selina por la playa de Mahabalipuram, filmado cámara en mano, al estilo del “cinéma-vérité”, por Carlos Escolano, para el Making Of, uno de los primeros días del rodaje. La mujer blanca, en atuendo verde y morado, avanza entre una muchedumbre festiva de mujeres vestidas de rojo, fotografiándose y entonando su “mantra”…
La música es la “respiración” de la película. La banda sonora reúne grandes nombres de la música india: Ali Akbar Khan & Asha Bhosle (Guru Bandana), Kedar Pandit (Omkaar-Rupam), Ronkini Gupta (Taaron Bhari Raat. Raga Malkauns), Mehdi Hassan (Raga Mand), Purshottam Das Jalota (Guru Hain Bade Govind), Uday Bhavalkar (Shri Ganesh Dhyan Mantra), Sanjeev Abhyankar (Omkaar-Rupam-Stuti), U. Srinivas (Maha Ganapathim), Kaushiki Chakraborty (Thumri in Raga Misra Mand’ Morey Saiyan Bedardi’ in Keherva), Suresh Wadkar (Gayatri Mantra 108 Jaap), Lakshmi Shankar (Saawan Maas Ayo Ri Sajni), Bismillah Khan (Shenai). Y, aunque no suene, quizás, la flauta de Hariprasad Chaurasia, condensa la belleza “extática” de toda la obra…