EL ARCA JEREZANA DE ROMERO Y GARCÍA PELAYO
Apabullante comentario crítico de Alfonso García, percepción de todas las intenciones del film, conocimiento de toda la música que encierra, breve análisis global de todas las películas del proyecto 10+1:
EL ARCA JEREZANA DE ROMERO Y GARCÍA PELAYO.
En la lotería del 10+1 de Gonzalo García Pelayo, una vez vistas todas las películas, ya puedo confirmar que no hay pedrea. Cada episodio lleva sustancioso o muy sustancioso premio. Yo pensaba que el gordo había salido con “Diario Tamil“, que te hace un espectador millonario en felicidad, pero he tenido que llegar a la séptima en orden de rodaje, y última en el de visión, para poder declarar a esta “Siete Jereles” como máxima triunfadora del ciclo.
¿El mejor documental de música popular desde los tiempos de “Buena Vista Social Club“? Eso es lo que pienso. Rinde, de manera explícita, la pleitesía debida a “Rito y Geografía del Cante“, aquella serie milagrosa de la televisión pública, a comienzos de los setenta, pero es una cosa bien distinta. La pareja autoral (en esta ocasión codirige y se responsabiliza del guion Pedro G. Romero), que ya se había compenetrado la mar de bien en “Nueve Sevillas“, entiende, con clarividencia, que ya no subsiste la irrecuperable escena añeja del flamenco jerezano de hace cincuenta años y que ha desaparecido casi toda su constelación de estrellas y genios anónimos. Que han variado los modos de expresión, los rostros, las maneras de vivir y buena parte de la superficie urbana. No tendría sentido haberse puesto a escarbar desesperadamente, en vano, para dar con algo que ya no está. Ni cometer la impostura de hacer una reconstrucción forzada y anacrónica. Mejor asumir, aunque duela, que no es posible disponer de todo lo que todavía pudieron encontrar los equipos de “Rito…” en sus excursiones a Jerez, reconocida capital universal del Flamenco.
García-Pelayo y Romero se refugian en la noche y en la alta madrugada para invocar la atemporalidad. Por momentos, la eternidad. Como en Andalucía, y más en Jerez, desentona el espasmo y se requiere etiqueta de la de verdad, se abandonan al imperio de su majestad la cámara, que vuela o retrocede morosamente, o incluso cabalga a lomos de dron, pero siempre a ritmo de manijero de una cofradía de virtuosos del saber mecer la imagen, tal y como se desplaza el propio Gonzalo García Pelayo (que, por única vez en todo el “10+1” aparece generosamente en pantalla). El montaje es, más que nunca, un lenguaje sutil, complementario y subalterno, y no esa herramienta insoportablemente percusiva del cine estándar.
Aunque no lleguemos a la apuesta radical de Sokurov por el aparente plano único, en “El arca rusa“, esta película, que no comparte el afán de brevedad del resto del “decálogo” y dura casi dos horas, lo que debería facilitar su recorrido en salas de estreno y su “premiabilidad”, contiene una apuesta valerosa no ya por el plano-secuencia, sino por una complicadísima danza de escenarios en continuidad, que varias veces enlaza, del más bello modo, dos, tres, cuatro números musicales heterogéneos. Proezas de puesta en escena sin autocelebraciones de la dificultad ni exhibicionismos. Todo armónico, todo a compás (¡atención a Diego Carrasco y familia y a Tomasito!). Tan templado y tan elegante, tan onírico, como el ordenado paseo, y hasta galope, de las yeguas y los caballos atravesando todo el metraje y casi todos sus escenarios. Siempre de noche, cuando más firme pisa ese sexo femenino, tan indisimuladamente idolatrado por GGP.
Caben todas las perspectivas y todos los sonidos de Jerez. Sin despreciar los no flamencos: coros, música sacra, hip hop, perroflautismo garrapatero, tango argentino e incluso la maravillosa conversión del clásico “Frente a frente”, de Manuel Alejandro, en casi marcha procesional. Hasta un ser de otro planeta aflamencando el “I Put a Spell on You”, de Screamin’ Jay Hawkins.
Un sueño a través de patrimonio urbano monumental o secreto, sin esconder la fealdad de los solares vallados o de las fachadas cableadas y cubiertas de graffitis. Entrando en bodegas, museos de relojes, teatros, patios, templos y palacios. ¿Quién va a negar el acceso a cámaras que devuelven tanto amor como el que reciben?
Si perviven en el tiempo las salas de exhibición, “Siete Jereles” es la película más idónea en la que pueda pensar para dar honra y sacar provecho de una sesión “golfa”, para perpetuarse en el tiempo más allá de la fase de exhibición convencional, que además ahora suele durar un suspiro. Esto sí que alimenta más, a las tantas de la madrugada, que “The Rocky Horror Picture Show”.
Incluso más que un plato de lentejas. Bendicen el resultado, en fugacísimo retrato, Sordera, El Torta, Lola Flores o Rafael de Paula. No cabe gloria mayor.