Interesante reflexión sobre memoria y futuro de Vicente Monroy
Interesante reflexión sobre memoria y futuro de Vicente Monroy que desemboca en esta sorprendente frase que, naturalmente, destaco:
De algún modo, creo leer esto en Veinte mil semanales, de Gonzalo García-Pelayo, que ya considero la película española más importante de los años 90 (quizás junto con Párpados de Zulueta, que también forma parte de Delirios de amor).
Aquí está:
El cine español de los 90 es particularmente peligroso. Creo que de esa época puedo hablar mejor que nadie porque la viví sentimentalmente, pero no conscientemente (habiendo nacido en el 89), así que no tengo prejuicios. Es una época en que se desarrollan las bases del cine que estamos viviendo ahora. La época de la culminación del docudrama, de la obsesión por el paisaje y la memoria. En definitiva, es una época en la que el cine español, en lugar de pensar en el futuro, se dedica a pensar en la destrucción del pasado. A lloriquear. Un cine del trauma, obsesionado por el sufrimiento que se refleja en lo material, en la destrucción de lo antiguo. Un cine que culmina el viejo proyecto de Erice de entender las imágenes como cicatrices, es decir, como aquello que nunca podrá borrarse del dolor del pasado. La herida de la Guerra Civil da paso a otras heridas, asociadas a las primeras premoniciones de eso que ahora llamamos «la crisis», y que ya se empezaban a intuir en el desengaño del proyecto democrático. En medio de todo eso, apenas unas cuantas películas sobreviven a la imposición de ese proyecto de intelectualismo melancólico. Un cine asociado al deseo, es decir, al futuro. Porque el deseo es lo contrario de la memoria. Produce de hecho una anulación de la memoria. La imagen de la memoria funciona como un plano estático, mitificado, que anula el relato porque lo culmina. La imagen del deseo funciona como un plano generativo, sobrecargado de una tensión que ante cualquier pequeño cambio se readapta, generando un relato. Se desea lo que está por suceder; se recuerda lo que ya no pertenece al plano de lo útil. El pasado es inútil por sí mismo. No hay frase que odie más que «hay que aprender del pasado para avanzar hacia el futuro». Es una mentira muy desagradable y muy melancólica. En cualquier caso, hay que aprender del futuro para avanzar hacia el pasado. El pasado es interpretable. Siempre es falso. Nuestra labor es interpretarlo de acuerdo a la imagen que queramos producir en el futuro. Hay que deformar el pasado para convertirlo en una herramienta. De algún modo, creo leer esto en Veinte mil semanales, de Gonzalo García-Pelayo, que ya considero la película española más importante de los años 90 (quizás junto con Párpados de Zulueta, que también forma parte de Delirios de amor). En ella, un complejo juego de imágenes de tiempos que no coinciden con la forma en que se observan, generan un relato de deseo. El amor gira en planos del tiempo pasado, en forma de imágenes filmadas, en una casa llena de televisores que retransmiten otras imágenes. La presencia constante de ese plano generativo da idea de una repetición infinita de las imágenes. Todo está filmado y se reproduce. El deseo desordena los recuerdos. La memoria es imposible, aunque es.
Podéis ver la obra maestra en cuestión por aquí. Dura media horita:
http://www.rtve.es/…/delirios-amor-veinte-mil-sema…/2653097/