Torrencial y nuevo
Rubén García López me ha etiquetado en una foto. Torrencial y nuevo:
Mañana a las 20h en la Filmoteca Española, último pase de VIVIR EN SEVILLA, 2º largometraje de Gonzalo Garcia Pelayo.
Da igual el asco que nos dé la filmoteca o que, como sucede con tanto cine español, no haya modo de acceder a una copia digna: la que hay, en Betacam, se defiende con dignidad y la pantalla grande del Doré merece ser visitada con peregrinación cuando se trata de obras de la radicalidad y grandeza de las tres primeras de García-Pelayo.
Créanme que no es lo mismo que en la pantalla pequeña, y además vayan ustedes a saber durante cuánto tiempo van a existir copias válidas para proyección de esta joya. Por decir algo, yo no veo ni a Godard ni a Garrel en esta película; entiendo por qué algunos los ven, pero creo que es por ganas de ver algo, porque esto es demasiado diferente; yo veo más a algunos otros, pero qué importa: esta película es única y no se parece a nada, o se parece demasiado poco (¿a Portabella? ¿a Straub?, pero las diferencias son mayores que las semejanzas…).
A lo mejor tiene más gracia citar otras artes: siempre suele tenerla.
En la polémica entre cine de poesía y cine de prosa, VIVIR EN SEVILLA lo tiene claro: poesía en prosa. Esta película la podría hacer un poeta a lo Fonollosa o un novelista a lo Burroughs; la podría hacer Jimmy Hendrix, porque es para García-Pelayo un equivalente al legendario “Star spangled banner” de aquel. Es el “Manifiesto de lo borde”, reescrito años más tarde en imágenes y sonidos por un moderado hombre de las praderas (bueno, ¡un pecador de las praderas!) y, sobre todo, protagonizada y hecha a la medida de uno puro y duro: Miguel Angel Iglesias.
Es una película guarra (de verdad: guarra; un adjetivo que adoro), de difícil camino en un mundo corrompido por la ideología erótica; una película que huele a sexo y deseo, con o sin amor, de hecho se diría que, cuando hay amor, es más guarra todavía; una película hecha con la carne de los cuerpos pero también de las calles, y de las palabras. Una película comprometida con el sonido directo, como en reacción al doblaje de MANUELA, en donde no existía el acento andaluz.
La rebelión más brutal contra la Andalucía que retrató el cine español previo (y el extranjero, sin duda), pero también contra la pretensión posible de instaurar una nueva oficialidad: el nuevo verosímil de VIVIR EN SEVILLA no es el de las gentes de esa Sevilla que ya el don Ramón de MANUELA tildaba de extremadamente puritana, sino el underground sevillano: el de M.I. Iglesias, el de Silvio… Es una película sobre un mundo nuevo, o que al menos quiere serlo.