Todo es de Color en Ubrique

Cartel de Cineando Coferencia Gonzalo García Pelayo

Cineando. Ubrique. Todo es de Color en Ubrique

gonzalogarciapelayo.com 1

Antonio Gutiérrez Villagrán y Gonzalo García Pelayo

Un grupo de entusiastas del cine, se reúne todos los viernes para ver películas proyectadas en una sala oscura.

Ayer invitaron a Gonzalo García Pelayo para ver su película TODO ES DE COLOR. Posteriormente, hubo un jugoso coloquio, siempre es una gozada escuchar a García Pelayo hablando de lo que sea.

Seguramente habrá más sitios como este, pero yo me sentía como en el pueblo de Astérix. Un irreductible grupo de personas resistiendo, viendo cine y hablando de películas.

Un buen ratito. Larga vida a Cineando.

A Gonzalo García Pelayo –a quien pudimos ver y oír en la presentación, el pasado viernes 9 de junio, de su película Todo es de color (2016) en el cineclub Cineando en Ubrique– se le conoce por muchas cosas, y no siempre en relación con su brillante ejecutoria como cineasta y productor musical –entre otras cosas, fue responsable del mítico sello Gong, en el que publicaron sus discos muchos de los músicos y bandas que renovaron el panorama musical español a partir de mediados de los 70–.

Es llamativo, por ejemplo, que una parte de su biografía esté ocupada por su empeño –muy fructífero, al parecer– en desarrollar un método de fundamento estadístico para ganar en el juego de la ruleta. La historia es sobradamente conocida y dio lugar incluso a una película, Los Pelayos (2012 ), dirigida por Eduard Cortés, en la que el actor Lluís Homar encarna al propio Gonzalo García Pelayo en el papel de cerebro de un clan familiar que trata de desbancar un casino.

Gonzalo García Pelayo.

Gonzalo García Pelayo. Foto: cedida por Warner.

No deja de ser paradójico que el director de algunos de los títulos más significativos del cine undergroundespañol inspirara la trama de una película comercial diametralmente opuesta a la estética y postulados de su propio cine.

En cualquier caso, el intervalo durante el cual la principal ocupación de García Pelayo fue el juego supuso un paréntesis de casi veinticinco años en su carrera cinematográfica.

Atrás quedaban títulos tan significativos como Manuela (1976), basada en una novela de Manuel Halcón, pero a la que García Pelayo impuso un ritmo y una concepción visual que nada tenían que ver con las encorsetadas adaptaciones literarias entonces al uso; o la rompedora Vivir en Sevilla (1978), que hoy puede verse como un verdadero documento antropológico sobre los modos de vida y aspiraciones de toda una generación en un espacio concreto.

Frente al mar (1978), en principio una de tantas películas que trataban de aprovechar la recién inaugurada permisividad sexual, pero cuyo previsible pretexto argumental –un grupo de “progres” practica el intercambio de parejas durante un fin de semana en las playas de Chipiona– no impide que el director abra llamativamente el metraje a insertos documentales aparentemente desconectados de la trama, pero no exentos de intención: desde una subasta de pescado en la lonja local, en significativo contrapunto con una secuencia en la que los protagonistas ventilan sus contradictorios sentimientos posesivos tras la primera noche de intercambio de parejas, hasta una curiosa toma en la que el cantaor José el Negro hace una peculiar mezcolanza de romances aflamencados, que también parecen aludir irónicamente a la enrevesada tesitura en que se hallan los protagonistas.

En estas películas de su primera etapa quedan definidos los rasgos del cine de García Pelayo: sabor costumbrista y documental, apertura a la improvisación controlada –bajo el sobreentendido de que los actores, frecuentemente no profesionales, comparten con sus personajes determinados rasgos de carácter que basta dejar aflorar– y un curioso sentido del humor, el goce vitalista y el erotismo, gobernados por una especie de decantación callejera y bohemia de los ideales libertarios entonces en boga.

No sorprende que estos sean también los rasgos definitorios de los títulos que el director ha dirigido desde su vuelta al cine tras el paréntesis dedicado al mundo del juego.

Sus últimas películas, en efecto –y muy significativamente la titulada Alegrías de Cádiz (2013)– conservan el espíritu y hechuras de las primeras, aunque inevitablemente su antigua mordiente corrosiva haya cedido el paso a una consideración entre nostálgica y elegíaca del goce de vivir, articulada en tramas que frecuentemente contrastan las actitudes de personajes muy jóvenes –léase, bellas e ingenuas muchachas– con la encallecida conciencia de supervivientes de quienes tienen la edad e ideales del propio director o de su alter ego y frecuente actor en sus películas, su hermano Javier García Pelayo.

El mítico grupo Triana.

Tales son los rasgos que afloran en Todo es de color, su último filme distribuido en los circuitos comerciales, aunque no el más reciente: en la página web del director pueden verse otras tres filmaciones posteriores, entre ellas la titulada Sobre la marcha (2016), que tiene mucho que ver con la que comentamos, por estar también protagonizada por Javier en su condición de baqueteado superviviente del viejo mundo underground y sus batallas.

En Todo es de color, en efecto, será este personaje quien encabezará una nostálgica comitiva de moteros que, partiendo del cementerio madrileño en el que están enterrados dos de los tres miembros del mítico grupo de rock Triana, que García Pelayo produjo para su sello Gong, recorrerán diversos lugares relacionados con la estela sentimental de la banda y terminarán su periplo en Caños de Meca, donde reside el único miembro superviviente de la misma y tendrá lugar, con la participación de conocidos músicos, coetáneos y más jóvenes, un concierto-homenaje al grupo sevillano.

La película alterna sabiamente los momentos emotivos con las habituales escenas de improvisada comedia que aportan al cine de García Pelayo su característica componente bienhumorada y vitalista. Pero lo más llamativo, sin duda, es la curiosa ambivalencia con la que el maduro director estudia los semblantes y actitudes de sus coetáneos.

No puede pensarse que no sea intencionado, por ejemplo, el contraste entre las estudiadas poses de todos estos viejos rockeros, enfundados en chupas de cuero y a lomos de potentes motos, y toda una amplia y variada colección de freaks que, de algún modo, los remedan o reflejan: entre ellos, el inefable personaje apodado “Falconetti”, que hace de involuntario bufón en la relajada tertulia congregada en torno a Eduardo Rodríguez Rodway, el último superviviente de la banda. Las desinhibidas risas de las nietas de este ante las grotescas performances de “Falconetti” aportan un punto de frescura a este enrarecido entorno de personajes superados por el tiempo y las circunstancias.

Igualmente, no deja de estar cargado de intención el encuentro entre Javier García Pelayo y una señora sevillana más o menos de su edad, pero en absoluto caracterizada como perteneciente a ninguna tribu urbana de ayer o de hoy, que cuenta al desmedrado rocker su brega durante décadas con un marido enfermo de Alzheimer: a pesar de la enfermedad, declara al asombrado Javier, siempre se sintió amada por él.

https://youtu.be/eNoDMwiGiv0

Trailer de ‘Todo es de color’.

¿Suponen estas contrastadas escenas algún tipo de puesta en cuestión de los ideales de una generación fundamentalmente narcisista y quizá inútilmente volcada a un nihilismo autodestructivo?

Otra de las secuencias más destacadas de la película muestra una pesadilla en la que el citado Javier intenta salvar del suicidio a un compañero, víctima de un mal “viaje”.

El director no carga las tintas, sin embargo, tampoco parece dispuesto a obviar la existencia de ese elemento oscuro en la historia de su generación.

Su crónica, desde luego, puede hacerse desde las relajadas actitudes de quienes no solo han sobrevivido, sino que incluso disfrutan ahora relajadamente de las prebendas de la sociedad de consumo.

Todo es de color muestra abundantemente estos goces de la madurez bien adquirida: la música compartida alrededor de una hoguera, las bellas playas del sur, el roce con cuerpos hermosos y deseables, la prestigiosa mitología de un tiempo perdido.

Pero entre los vivos colores evocados en el título –que es también el de una conocida canción de Manuel Molina que Triana incorporó a su repertorio– hay también, qué duda cabe, tonalidades oscuras.

La película de Gonzalo García Pelayo no las esconde; pero, desde el vitalismo que caracteriza todo su cine, tampoco decanta hacia ellas su balance personal de un tiempo del que fue destacado protagonista, y de cuyos errores y aspiraciones todavía podemos aprender algo.

Publicado en: 17/07/20177,6 min. de lectura1496 palabrasCategorías: Cine

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