Salón de uñas (2024): Amores fluidos
“En función de su temática, SALÓN DE UÑAS se relaciona con muchos de los films realizados por Gonzalo García-Pelayo a lo largo de su carrera en los que se discutía la pervivencia o no del modelo de parejas monógamas cerradas, cuestión que es una de las señas de identidad autoral esenciales del cineasta. Los primeros, los ya lejanos Vivir en Sevilla (1978) e Intercambio de parejas frente al mar (1979) hasta continuar con los más recientes Alegrías de Cádiz (2013), Así se rodó Carne Quebrada (2022), Diario tamil (2022) y Ritmo 2 x 3 (2023). Todos ellos revelan una constante temática que gira en torno a la cuestión de hasta qué punto pueden ser factibles nuevos modelos de relación y cuáles son las distintas reacciones de los personajes a la posibilidad real de poner en práctica los mismos.”
Es parte importante del magnífico texto que ha escrito José Manuel Cruz sobre “Salón de uñas” cuyo estreno (mundial, sí) será pasado mañana jueves, primera exhibición de los siete films que presentará el Bafici en esta edición 25 del nuestro año 2024.
Creo que las entradas están agotadas, con nuevo pase el próximo sábado.
Fotos de la pareja protagonista Martín Alętta y Laura Nevole, actores que también veremos en la inauguración de mañana miércoles en la película “School privada Alfonsina Storni” de Lucía Seles.
Texto completo sobre nuestro salón:
Salón de uñas (2024): Amores fluidos
Si afirmo que Salón de uñas es la mejor comedia que he visto en lo que llevamos del siglo XXI (o, si llegan a considerar exagerada la afirmación, como mínimo digo que sí es una de las mejores que he visto, y a partir de ahí ya no estoy dispuesto a ceder más), no es ni mucho menos una frase gratuita sino que nace de la palmaria evidencia de la absoluta decadencia estética en la que poco a poco el género se ha visto sumido y de esa concepción dominante desde hace varias décadas por la que se piensa que para hacer reír hay que renunciar a una dosis mínima de inteligencia y buen gusto y hay que apostarlo todo al humor vulgar, chocarrero, escatológico y carente de cualquier tipo de ironía o de ambición intelectual o creativa.
De hecho, si hay películas de humor o, más bien, con humor, que sí han contado con un nivel de calidad apreciable, raramente se han inscrito en el ámbito de la comedia pura sino, más bien, en el terreno de la sátira (pienso en El ejercicio del poder –2011– de Pierre Schoeller, Crónicas diplomáticas –2013– de Bertrand Tavernier, Relatos salvajes –2014– de Damián Szifron, La Ley de la Jungla –2016– de Antonin Peretjatko, El ciudadano ilustre –2016– y Competencia oficial –2021– de Mariano Cohn y Gastón Duprat, The Square –2017– y El triángulo de la tristeza –2022– de Ruben Östlund, Selfie –2017– de Víctor García León, La mejor defensa es un ataque –2019– de Riley Stearns o Historias lamentables –2022– de Javier Fesser), de la comedia fantástica o intelectual (como El jefe de todo esto –2006– de Lars von Trier u ¡Olvídate de mí! –2004–, La ciencia del sueño –2006– y Rebobine, por favor –2008– de Michel Gondry), de la comedia negra o absurda (Gente en sitios –2013– y Un efecto óptico –2020– de Juan Cavestany, Esa sensación –2016– de Juan Cavestany, Julián Génisson y Pablo Hernando, Bajo arresto! –2018– y La chaqueta de piel de ciervo –2019– de Quentin Dupieux, Muerto en una semana (o le devolvemos su dinero) –2018– de Tom Edmunds, Ven con papá –2019– de Ant Timpson) o de la adaptación/recreación/inspiración a partir de textos del teatro clásico (Como gustéis –2006– de Kenneth Branagh, La dama boba –2006– de Manuel Iborra, La ternura –2023– de Vicente Villanueva). Todo lo demás en el género ha sido un completo páramo imaginativo, salvo alguna excepción que pudiéramos pasar por alto. Por ello, resulta más que gratificante como espectador contemplar el esfuerzo que realiza Salón de uñas, precisamente en el estricto territorio de la comedia pura, por seguir y, sobre todo, por adaptar a los tiempos actuales, el canon de la comedia clásica, realizando una película perfectamente medida, interpretada, filmada y elaborada, demostrando que el humor nunca tiene que estar reñido ni con la inteligencia ni con un sentido estético exigente.
Siempre se dice que es más difícil hacer reír que hacer llorar y, efectivamente, el humor necesita ser manejado y dosificado casi como si se estuviera manipulando un cargamento de nitroglicerina: el más mínimo error de cálculo y todo el entramado vuela por los aires. En este sentido, Salón de uñas es una comedia diseñada prácticamente con escuadra y cartabón, con un guion perfectamente estructurado (capaz de narrar toda la historia en solo ¡¡¡12 secuencias!!! –al modo en que estaban construidos los guiones de Berlanga y Azcona: Plácido y El verdugo, por ejemplo, constan cada una de ellas únicamente de 15 secuencias– con unos personajes primorosamente elaborados e impregnado todo él de una ironía tan delicada como entrañable) y unas interpretaciones (a destacar especialmente las de los dos protagonistas, Laura Nevole y Martín Aletta, y la de Ignacio Sánchez Mestre) milimétrica y meticulosamente desplegadas hasta en sus más minúsculos detalles, que convierten a la película en un mecanismo de relojería preciso y eficaz que cumple sus objetivos sin incurrir ni en subrayados innecesarios ni en la acumulación excesiva de gags ni en la búsqueda de la carcajada estridente sino, más bien, de la sonrisa amable y cómplice, un ejercicio de virtuosismo por el que el director es capaz de desarrollar el relato haciendo uso únicamente de los medios imprescindibles para ello.
Si, desde los ya lejanos tiempos de Rocío y José, Gonzalo García-Pelayo ha ido aplicando a su cine un progresivo proceso de depuración hasta llegar a lo que hemos denominado, hablando de Dos hermanas: Pilar, de una especie de “estética ascética”, lo verdaderamente llamativo de Salón de uñas es la aplicación de esa estética ascética al género de la comedia, algo que es raro e infrecuente ya que, por sus propias características, aquella tiende a ser expansiva, extrovertida y chisporroteante. Lejos de resultar paradójico, se trata de una estrategia que ya ha sido empleada con anterioridad en el pasado (con más que nobles antecedentes) y que, en el caso de esta película, demuestra sus plenas vigencia y efectividad –inmediatamente veremos a qué me estoy refiriendo.
Mientras se estaba rodando el film, el director manifestó que “tomamos apuntes de una película de [Ernst] Lubitsch y otra de [Mitchell] Leisen, ambas de los años 30”, y también habrá quien pueda relacionar Salón de uñas con muchos títulos de Woody Allen en los que el desgaste de la relación de pareja y los enredos románticos tienen una presencia destacada. Respecto a esto último, habría que plantear tanto un punto a favor de esa idea como una objeción importante.
El punto a favor es que, a fin de cuentas, Allen ha construido el estilo humorístico de sus comedias (sobre todo, a partir de que fue abandonando el influjo contracultural de su primera etapa) inspirándose en los mecanismos y patrones de la comedia clásica. Tal como afirmó en sus memorias A propósito de nada, “estoy loco por Lubitsch pero Ser o no ser no me parece nada divertida. Sin embargo, (…) Un ladrón en la alcoba me parece una maravilla, un huevo de Fabergé. (…) También me gustaron Rex Harrison en la película Infielmente tuyo [1948, Preston Sturges] y la versión de Pigmalión [1938, Anthony Asquith] de Leslie Howard con Wendy Hiller. Creo que Pigmalión es la mejor comedia que se ha escrito (…). Tengo una gran debilidad por Nacida ayer [1950, George Cukor], en especial por la forma en que la han interpretado Judy Holliday y Broderick Crawford”. Pero, por otro lado, poco antes de esta frase, escribe algo que viene a explicar la crucial diferencia de Salón de uñas con las comedias de Allen: “De todas maneras, sigo creyendo que mi gusto os sorprendería. Por ejemplo: prefiero Chaplin a Keaton. Eso no encaja con las preferencias de la mayoría de los críticos y estudiantes de cine, pero a mí Chaplin me parece más gracioso, aunque Keaton era mejor director”. Es importante señalar esto último porque si algo tiene Salón de uñas es esa factura de lo que podríamos denominar “impasibilidad keatoniana” que busca hacer despertar el humor desde la más severa y estricta seriedad, llegar a la sonrisa desde el más tajante hieratismo en el gesto. Y ello está relacionado con la mirada del director hacia sus personajes y la situación que viven, una mirada que no juzga, que no valora, que se mantiene absolutamente neutral, presentando sus vivencias y reflexiones desde una distancia perfectamente calculada, lo suficientemente cercana para no eludir la calidez pero lo suficientemente lejana para evitar la intromisión.
No revelo nada ya conocido de antemano si digo que la comedia es el género en el que las interpretaciones son el factor más crítico y decisivo y que se convierte en una prueba de fuego para cualquier actor o actriz que quiera plantearse un desafío importante para sus habilidades interpretativas. Es habitual llegar a decir de un actor que tiene “vis cómica”, como si se tratara de un bien escaso y sometido a estricto racionamiento, pero raramente se dice que tiene “vis dramática” o “vis trágica”. Hemos visto a Martín Aletta y Laura Nevole con anterioridad en las películas de Lucía Seles en registros muy diferentes a los que desarrollan en Salón de uñas. Ambos asumieron en dichos films (sobre todo Laura Nevole en la “Trilogía del tenis”, con su papel de “la tenista”, y en School privada Alfonsina Storni, con su papel de “la profesora de inglés”) papeles de personajes más problemáticos y con muchas más aristas. Aquí, en cambio, son capaces de desarrollar a la perfección las caracterizaciones oportunas, en función del tono ligero del film, para los personajes que interpretan, una pareja que regenta un salón de uñas y que, buscando un aliciente para el alicaído estado de su relación, cree encontrarlo en un cliente del establecimiento (Ponce, interpretado, precisamente, por Federico Ponce) con el que se plantean formar un triángulo sentimental que salve y reanime el vínculo existente entre los dos. Todo ello servido según el patrón de la comedia aparentemente ingrávida pero que, por debajo de su apariencia, deja espacio (y esa era una de las que solían ser grandes claves del género) para la reflexión sobre los temas abordados, en este caso la existencia de nuevas formas de relación y de maneras de concebir el amor y la pareja (o no-pareja).
En función de su temática, Salón de uñas se relaciona con muchos de los films realizados por Gonzalo García-Pelayo a lo largo de su carrera en los que se discutía la pervivencia o no del modelo de parejas monógamas cerradas, cuestión que es una de las señas de identidad autoral esenciales del cineasta. Los primeros, los ya lejanos Vivir en Sevilla (1978) e Intercambio de parejas frente al mar (1979) hasta continuar con los más recientes Alegrías de Cádiz (2013), Así se rodó Carne Quebrada (2022), Diario tamil (2022) y Ritmo 2 x 3 (2023).
Todos ellos revelan una constante temática que gira en torno a la cuestión de hasta qué punto pueden ser factibles nuevos modelos de relación y cuáles son las distintas reacciones de los personajes a la posibilidad real de poner en práctica los mismos. Más allá de la dimensión estrictamente cinematográfica, sería una experiencia más que interesante ver todos ellos del tirón para apreciar, desde la dimensión sociológica, cómo ha ido variando el tratamiento y la percepción colectiva de este tema. Es muy interesante apreciar que si, en Intercambio de parejas frente al mar, las tres parejas se marchaban a un pueblo turístico, apartado de la ciudad donde residían, para poner en práctica una experiencia poco convencional, cuando llegamos a Salón de uñas, los protagonistas llevan a cabo su experimento vital y emocional dentro del marco rutinario de sus vidas cotidianas, en el sobreentendido de que ya no se trata de algo utópico e hipotético sino de una posibilidad que ya es vivida con relativa y poco llamativa normalidad.
Por todo lo dicho, Salón de uñas no puede ser calificada como una rara avis dentro de la trayectoria del director ni por su temática ni por tratarse de una comedia porque, aunque es probablemente su primera incursión en el terreno de la comedia pura, el humor siempre ha estado presente en su cine desde sus primeras películas en los años 70 del pasado siglo. Lo que sí es, es una prueba de su enorme versatilidad, capaz de tratar toda una serie de temas desde enfoques y perspectivas siempre renovadas y novedosas. Igual que sabe llevarnos por propuestas imbuidas de una intelectualidad y espiritualidad elevadas, Gonzalo García-Pelayo también tiene la habilidad de realizar una comedia (aparentemente) espontánea, fresca y divertida que, al mismo tiempo que nos hace sonreír, nos dejará pensando sobre nuestras vidas y sobre los subterfugios que nos buscamos para no afrontar los verdaderos problemas que nos afectan y eludir las soluciones que resultan prácticamente inevitables. Toda buena comedia, a la vez que mostraba el lado más ridículo y vulnerable de los personajes, también revelaba la que, en el fondo, era su más entrañable y tierna humanidad. Y Salón de uñas hace esto a la perfección y con virtuosismo y concisión muy poco frecuentes.