Gran artículo de Miguel López sobre el gran libro de Luis Lapuente
Fuente: https://www.eladelantado.com/segovia/historia-del-acoso-y-derribo-de-teddy-bautista/
Historia del acoso y derribo de Teddy Bautista
Las confesiones de Teddy Bautista en su libro de entrevistas con el escritor Luis Lapuente se merecen la portada de todos los diarios españoles. Pero no. Ni una. Sí alcanzaron ese honor informativo las tropelías y falsedades que, a tenor de este volumen recién publicado, se cometieron contra el equipo gestor de la SGAE (Sociedad General de Autores Españoles) hace ahora once años.
El autor sitúa al comienzo de cada uno de los seis capítulos citas de grandes novelas de Kafka, desde El Castillo hasta El Proceso, recorrido literario que refleja el Gólgota sufrido por el protagonista de la obra. Los primeros pasos de Eduardo Bautista García (Las Palmas de Gran Canaria, 1943) encaminaron a un niño de tres años hacia la música. El crío pasaba horas bajo el piano de su casa, disfrutando de piezas clásicas que interpretaba su madre, quien le adiestró en el dominio de las teclas del piano “con el método Hanon de digitación, pasaba tres horas diarias adquiriendo memoria muscular en los dedos de las manos”.
Desde muy jovencito sus primos escoceses le bautizaron artísticamente como “Teddy”, y a gran velocidad pasó desde la música clásica al rock and roll. El dominio del inglés facilitó el despegue e incorporó muy pronto a sus composiciones letras en ese idioma.
En 1964, junto a Los Ídolos (su primer grupo), tocó con Cliff Richard y se aceleró una carrera que cruzó su futuro con cientos de nombres míticos para los melómanos: Los Pekenikes, Luis Eduardo Aute, Quincy Jones, Silvio Rodríguez, Frank Zappa, Leño, Camilo Sesto (cuando cantaba rock), Al Kooper, Triana, Daniel Lanois, Nacha Pop, Leon Russell…
Con Los Canarios llegó una época especialmente prolífica y alcanzaron gran éxito con su tema Get on Your Knees (Ponte de rodillas), la canción del verano de 1968. El grupo isleño destacaba también por una calidad de sonido con escasos competidores (Los Brincos, Los Bravos y poco más en esa órbita). Tras otros bombazos como Free Yourself, comienzan las giras y galas por doquier.
También se comprueba en estas páginas su fascinación, casi fetichista, por los instrumentos musicales, a la que dio rienda suelta durante su viaje juvenil por Estados Unidos. “Me ha pasado la vida flirteando con la parte más técnica de la música”, señala Bautista. En 1972, compra su primer mellotrón y tres años más tarde interpreta en la obra Jesucristo Superestar el papel de Judas. La obra chocó con el boicot de grupos ultraderechistas y marcó un hito en la compleja apertura cultural durante los estertores de la dictadura.
El libro sintetiza más de 40 horas de conversación, celebradas en 2022, durante una treintena de encuentros. En las 224 páginas se recorre su trayectoria como productor, compositor, ingeniero de sonido, consejero musical y cabeza visible de la SGAE, entidad fundada en 1899 por personajes como Vital Aza, Sinesio Delgado y Ruperto Chapí, entre otros.
Bautista entra en 1978 en el consejo de dirección de SGAE y en 1983 ya es vicepresidente del consejo de dirección. Ese movimiento hacia la gestión le aleja de la creación artística: “No me parecía deontológico trabajar en la SGAE defendiendo los intereses de los autores, y estar compitiendo al mismo tiempo con esos mismos autores”. Entra en una espiral de trabajo que también le roba tiempo familiar y confiesa que “terminé siendo un workalcoholic de la defensa de los derechos de propiedad intelectual, porque vivimos en un país en que no los defiende el Estado, cuando es un pilar de la cultura popular”.
Lo más enjundioso del volumen está en el capítulo 5: El Proceso. La cita de Kafka que abre este apartado es la siguiente: “La sentencia no se pronuncia de una vez, el procedimiento se va convirtiendo lentamente en sentencia”. Ahí se cuenta cómo el directivo se embarcó en la modernización de la Sociedad de Autores. El equipo de gestión entrante estudió los modelos foráneos. “Yo pensé al final que nuestro modelo debía ser Francia, la SACEM”. Según se narra en Conversaciones con Teddy Bautista (editado por Efe Eme), el flamante equipo de gestión destapó picarescas como la “rueda”, inventada por los hermanos Toldos, músicos militares. El lucrativo “truco” consistía en controlar el mercado de las salas de provincia: un centenar de músicos acordaba el reparto de las ganancias de derechos de autor mediante prácticas fraudulentas, porque se pagaba por títulos de canciones presuntamente interpretadas en las salas, pero que en realidad no sonaban en esos locales. “Fíjate que Antoliano Toldos generaba más derechos que Serrat o que Camilo Sesto”, recuerda Bautista.
“Lo que conseguimos en la SGAE fue que se nos percibiera como un espacio de libre pensamiento, que pretendía que los creadores españoles tuvieran al menos los mismos derechos que el resto de trabajadores de este país”, defiende. “Porque en el Estatuto de los Trabajadores no existíamos. Históricamente habíamos despreciado la cultura, entendiendo que es un producto sin valor añadido, ignorando el valor aglutinante que aporta. Toda esa línea de pensamiento empobreció el debate políticao y el lenguaje mediático”. De alguna forma era una reivindicación de la cultura española, resume Lapuente.
Trató con muchos políticos durante la consolidación de la nueva SGAE, convencido de que el sector era una mina sin explotar. “La industria cultural era la tercera en importancia, después del turismo y los servicios financieros, por delante del sector inmobiliario, del agropecuario, de todos los demás”. “La cultura tiene un sujeto, que es el creador, no el que hace el negocio; el objeto de la cultura es la creación, que al convertirse en producto entra en el mercado con sus leyes, ahí nunca pedimos un privilegio especial”, explica Teddy Bautista.
Todo cambia el 1 de julio de 2011, justo al día siguiente de que su equipo ganara nuevamente las elecciones de la SGAE. El juez Ruz de la Audiencia Nacional ordena su detención, acusado de desviar fondos de la entidad. Diez años más tarde, en 2021, queda absuelto de todos los cargos en las cuatro causas. Los tres magistrados fueron unánimes tanto en la sentencia como en la oposición al recurso del fiscal, “donde fueron mucho más implacables”. La última fue el “caso Arteria”, la única que recurrió el fiscal, pero el Supremo ya ha fallado y mantuvo la sentencia absolutoria.
En el libro se narra la trastienda de un “crimen mediático” con un trasfondo de 120 millones de euros. “Los que presentaron la denuncia en la Fiscalía Anticorrupción fueron la llamada Asociación Española de Hosteleros Víctimas del Canon, la Asociación de Internautas, presidida por un tal Víctor Domingo, la Asociación Española de Pequeñas y Medianas Empresas de Informática, una asociación catalana que se llamaba Bash o algo así, representada por un abogado llamado Josep Juvert, que además iba presumiendo de que había sido él quien descubrió la supuesta trama de la Sociedad. Qué curioso que nada más materializarse la neutralización de la SGAE, la Asociación de Internautas pasara al olvido. ¿Quién sostenía a la Asociación de Internautas? Telefónica y, por supuesto, las entidades tecnológicas que se oponían a nosotros”, recuerda.
Tiempo antes, en una reunión con presencia de Mariano Rajoy (entonces ministro de Educación y Cultura) y representantes de IBM, Microsoft, Orange, Vodafone, entre otros grandes de la patronal tecnológica, la cabeza visible de la SGAE dijo que “ustedes representan a las multinacionales y están pagando la tercera parte de lo que pagan en cualquier otro país europeo”. Y rememora: “Alguien de las tecnológicas me dijo después que había en marcha una conspiración contra mí”.
La ambición de cambio y modernización de la SGAE chocó mortalmente contra intereses de fuerzas muy poderosas. Al igual que en otros enjambres conspirativos, se diluyeron los protagonistas de la trama tras acabar con la reputación de su equipo y su operatividad.
Se trata de un “largo proceso impregnado de condenas mediáticas, y la absolución a hurtadillas”. A preguntas del Doctor Soul (apodo de Lapuente por su oficio curativo), Bautista recuerda que “el ABC dos días antes había sacado la noticia de que la Audiencia Nacional intervenía la SGAE y nuestro director de servicios jurídicos fue allí y preguntó y le dijeron que no había nada. Pero es que el ABC se había equivocado diciendo que era el juzgado número 7 el que iba a intervenir y en realidad era el número 5, que es donde estaba el juez Ruz”.
“A nosotros no nos consideraron detenidos sino retenidos, una figura que se buscó aquel ministro del PSOE (Corcuera)”, explica. Kafka se instala en ese momento en su vida: “No te dicen ni quién te denuncia ni de qué te acusan. El único dato que me comunicaron es que estaban investigando el destino de 400 millones de euros que no estaban justificados, como si los hubiéramos desviado nosotros en provecho propio”.
“Tengo guardado el auto del juez Ruz porque es una prueba de la torpeza de ese nivel judicial que es la instrucción, porque el juez Ruz no dice nada, simplemente transcribe la acusación del fiscal y la convierte en auto judicial”. Y añade: “Yo quise decirle al fiscal algo que supongo que no le gustó nada: ´Señor fiscal, si usted o alguien de su entorno pueden leerse las memorias de los últimos cuatro años de la SGAE verán que todo eso que me está preguntando no tiene ningún sentido´. Y en ese momento, él me interrumpió en seco y me dijo: ´Aquí las preguntas las hago yo´. Y entonces me di cuenta de que aquello iba a ser algo inquisitorial, la ordalía” (“La Inquisición decidía quién era culpable”). Y pregunta Teddy Bautista: “¿Qué hacía la Guardia Civil con un helicóptero sobrevolando la SGAE, y luego con chalecos antibalas y pistolas al cinto saltando las vallas cuando las puertas estaban abiertas?”.
Un momento clave para demostrar su inocencia llegó cuando consiguió incorporar un documento exculpatorio muy relevante: un informe de la “consultora Accenture que afirmaba que la SGAE disponía de un sistema más eficiente y transparente que las sociedades similares francesa o italiana”. También resultó decisivo en su defensa un consejo capital que había recibido años antes. “Al llegar a la SGAE, me dijo el secretario general, un tipo estupendo llamado José María Segovia: ´Teddy, nunca se sabe lo que puede pasar, voy a acompañarte al notario para que hagas una declaración de bienes, y debes pedir una inspección voluntaria en Hacienda´. Hice ambas cosas. ¿Tú crees que algún periodista pidió esa declaración de bienes para informarse antes de condenarme? Nadie”.
Y encima el proceso se demoró de forma terrible: “El fiscal se tomó nueve años para la instrucción y no pudo encontrar ningún elemento nuevo, ninguna prueba sobre la que sustentar la denuncia”, sentencia. “Nosotros seguíamos con las cuentas corrientes bloqueadas, yo viviendo frugalmente de préstamos y donativos de mi familia o de amigos, un amigo me pidió el número de cuanta corriente y de vez en cuando me ingresaba algo de dinero para poder pagar la luz, el agua, la educación de mis hijos”, señala: “Los medios solo atacaron a la SGAE por recaudar los derechos de autor que marca la ley”, remacha.
Al preguntar por el canon que iban a pagar las peluquerías por emitir música, Bautista explica que “todos los modelos de negocio tienen que pagar luz, agua, calefacción, impuesto de bienes inmuebles, etc. Pues también han de pagar el derecho de autor, que, por cierto, es mucho más barato que la Coca Cola”.
¿Cómo quedó el panorama tras el desmantelamiento? Los nuevos gestores de la sociedad “perdieron el dinero que suponía el canon de la copia privada, 120 millones de euros anuales que nos tenía que pagar la industria, es decir, cuando Telefónica te venía a vender la fibra óptica o el RDSI te decía que gracias a su instalación iba a poder descargarte música, películas y demás sin la menor prudencia o conciencia del daño que estaba haciendo a un sector que significaba el cinco por ciento del PIB”.
CU
Lapuente y Bautista también ofrecen al lector una lección de historia de la música y sus conversaciones revelan un alarde de conocimientos culturales. La edición incluye un emotivo epílogo de Rosa Falcón y valiosas fotografías de la colección privada de Teddy.