Gonzalo García-Pelayo “Tengo nostalgia del futuro”
Gonzalo García-Pelayo “Tengo nostalgia del futuro”
Cineasta y productor musical español, rebelde, desobediente y trabajador incansable. Casino y películas.
A fines de octubre pasado, la Sala Lugones del Teatro San Martín, presentó “Cine Insurrecto” una retrospectiva del cineasta español Gonzalo García Pelayo que funcionó como muestra de su larga obra cinematográfica. Hacía veinte años que no volvía a la Argentina: “Muchas cosas las vi diferentes. Desde cuestiones personales a generales, un poco lo que pasa en el mundo entero: un poquito más de decepción, un poquito más de sensación de que vamos a mal. Es lo que pasa en todos lados, no me resulta extraño. Ahora mismo no está de moda ni el optimismo ni la euforia ni nada de eso, pero tampoco creo que sea más grave que lo que veo en España. Una sensación catastrofista después de una crisis económica, la pandemia, y la sensación de que nos hemos metido en un callejón que no tiene salida. Yo igual tengo un punto de vista más optimista”, observa.
Sin exagerar, se puede afirmar que nuestro entrevistado vivió mil vidas en una. Por eso, se impone confeccionar un apretado resumen de sus múltiples facetas que ayuden a los lectores que no lo conocen, a saber, un poco, de la intensa existencia de esta verdadera leyenda de la cultura española y su extraordinaria experiencia vital.
A sus vigorosos 75 años, García-Pelayo es emprendedor, director de cine, editor, productor musical (fundó la discográfica Gong), periodista en radio y televisión, apoderado de toreros, verdadero flagelo de los locales de apuestas y hoy, todavía, busca el sabor a lo extraño con las criptomonedas, por ejemplo.
Mundialmente conocido por haber inventado, en la década de los noventa, un método legal para ganar en la ruleta que, aplicado por él y su familia, desbancó casinos de todo el mundo y los convirtió en millonarios, famosos, controvertidos, y odiados, dejando un sinnúmero de increíbles hazañas, que se cuentan en la película “Los Pelayos” (2012), de Eduard Cortés. “Inventé un sistema de probabilidades titulado ‘Nada es perfecto’. Anotando números durante meses, descubrí que las ruletas del Casino Gran Madrid no eran planas del todo, sino que estaban inclinadas ligeramente, lo suficiente para que la bola cayera más en un determinado sector que en otro. Íbamos integrantes de la familia Pelayo y apostábamos a esos números.
Fueron jornadas de 12 horas con tres equipos de cinco personas”, cuenta García Pelayo.
Antes ya había protagonizado vivencias que daban para varias biografías. En los años sesenta montó en Sevilla el club “Dom Gonzalo”, una leyenda del ocio nocturno de la ciudad que sirvió de puerta de entrada de los nuevos sonidos que llegaban de Estados Unidos. Allí, un puñado de músicos ansiosos por fusionar el rock con la idiosincrasia andaluza se mezclaban con los jóvenes políticos del nuevo PSOE llamados a protagonizar la transición a la democracia. Posteriormente, en los setenta, se convirtió en productor musical y fue una figura fundamental en la eclosión del rock andaluz de grupos como Labordeta, Smash, Triana o Lole y Manuel, e impulsó sus discos.
Vivió en París, donde acudía diariamente a la Cinemateca y a su vuelta a Madrid, comenzó a estudiar en la Escuela Oficial de Cine junto a Jaime Chávarri y Manuel Gutiérrez Aragón, aunque apenas duró un curso. También durante los últimos ‘70 y principios de los ‘80, encontró tiempo y ganas para rodar varias películas experimentales que se insertaron dentro de los movimientos contraculturales de la época: “Manuela” (1976), “Frente al mar” (1978), “Vivir en Sevilla” (1978), “Corridas de Alegría” (1982) y “Rocío y José” (1983). “El cine es con mucho lo que más me llena”, confiesa.
“Tengo mucho amor a la historia del cine y la tradición. Cuando uno quiere ser novedoso y cambiar las cosas es porque está muy enraizado: tener los pies en la tradición y la cabeza en la evolución y en lo nuevo. Porque si no es como no tener cimientos. Así son los franceses, Godard, que tenía los pies en la tradición”, sostiene.
Todas ellas permanecieron en una especie de limbo cinematográfico hasta que en los 2000 la crítica francesa y algunas instituciones como el museo parisino de arte contemporáneo “Jeu de Paume”, empezaron a reivindicarlas. Fue entonces cuando García-Pelayo se decidió a retomar su gran vocación.
Regresó al género con un ambicioso proyecto, “El año de las 10+1 películas”, un reto en común con el productor Gervasio Iglesias, en el que durante un año estuvo viajando por todo el mundo para rodar once películas -con sus respectivos “making of”-. Desde lugares tan distantes entre sí como Kazajistán, India, hasta Argentina, Portugal y España formaron los paisajes y la gente de estas obras que versan sobre la geografía emocional de los lugares, el cine dentro del cine, la música como elemento argumental y el sexo como fuerza torrencial desestabilizadora.
García-Pelayo se considera un desobediente puro. “No me gusta que el Estado imponga tantas prohibiciones. Por eso me define tanto el título de una de estas películas, “Dejen de prohibir que no alcanzo a desobedecer todo”. Eso sí, no seas protestante. En vez de protestar, gasta las energías en desobedecer”, apunta. “Prefiero que el Estado mengüe y mengüe. ¿Lo llaman derecha liberal? Me vale”, afirma.
Noticias: Por todo lo que desarrolló hasta ahora, usted parece un hombre del Renacimiento deambulando en los Siglos XX y XXI, pero ¿cómo prefiere definirse?
Gonzalo García-Pelayo: Fundamentalmente, de las actividades que he tenido en mi vida, que han sido muchas y variadas, en general, todas me gustan. Porque hay más cosas que me gustan y no las he podido hacer. De las que me gustaron mucho, he ido intentando hacer todas. Pero lo que más me siento, es cineasta, director de cine. También he disfrutado haciendo discos, más de 150, y con artistas magníficos. Algunos creo que son bien conocidos en Argentina, como Luis Eduardo Aute, y con intérpretes que en España han tenido una gran notoriedad, no fácilmente fuera. Mi familia ha vivido económicamente de ello, aunque no del cine. La música sí ha tenido una consecuencia económica que el cine no ha sabido darme. Pero mi vocación como artista la siento mucho más en el cine.
Noticias: ¿Por qué?
García-Pelayo: Cuando trabajo en la música sé que mi rol no pasa de un 12 o 15% porque lo importante, lógicamente, es el cantante. No se puede estar con los Beatles y pretender ser más importante que ellos. Sería un error gravísimo. Mientras que cuando estoy en una película, por supuesto tengo colaboradores que también van a tener su importancia, pero en este caso se cambian los números: esos colaboradores tendrán un porcentaje del 15 o del 30, a lo mejor hasta del 40 por ciento, pero ya sabemos que la película recae en la responsabilidad del director quién tendrá al menos un 60% del total. Esa suerte de diferencia entre una y otra es la que me resulta decisiva.
Noticias: ¿Aplica ese cálculo de porcentajes en los otros ámbitos donde se ha desarrollado?
García-Pelayo: Claro. Lo mismo, exactamente, es cuando he sido apoderado de toreros. No sabe lo que disfrutaba cuando veía a un torero mío tener un triunfo. Pero evidentemente era su triunfo. Sientes que ahí estás teniendo apenas un 5% de ese éxito, porque has hecho bien la gestión, porque ha costado mucho trabajo y lo has colocado en una plaza difícil como la de Sevilla, ya que quería torear allí. En fin, todo ese tipo de cosas, son satisfacciones, pero el que se juega la vida es el torero. Entonces yo pensaba lo poco de la importancia de mi trabajo comparado con la labor de verdad del matador.
Noticias: Hay un libro que plasmó conversaciones que mantuvo con un periodista ibérico titulado “Nostalgia del futuro”. ¿Eso siente?
García-Pelayo: Afortunadamente, yo no tengo sensaciones de depresión por nostalgia. La nostalgia es un poco depresiva; lo que se perdió, lo que se fue. Por supuesto, hay momentos. Pero, créame, de verdad, de lo que tengo nostalgia es del futuro. Ese avance tecnológico que va a hacer todo más fácil dentro de diez años. Qué todavía no sé qué es, pero siento que todavía no ha llegado. Nostalgia de lo que nos queda por ver, más de lo que ya ha pasado y hemos disfrutado.