El coño de Cádiz
Salva Moreno Peralta es amigo, arquitecto y urbanista. Vino a Cádiz desde su Málaga para el estreno de la película que hoy cierra el ciclo de la Filmoteca española. Este artículo suyo me entusiasma:
EL COÑO DE CÁDIZ (en cada ciudad hay un jardín que lo parece)
“Alegrías de Cádiz” arranca con un travelling de 360º desde la torre de Tavira con el fondo de una anécdota descacharrante de Chano Lobato. No hace ni cinco horas que yo mismo estaba haciendo ese travelling en vivo, lo que me produce una cierta sensación de que el tiempo esta vez ha ido para atrás. Escribo ahora de memoria, antes de volver a ver la película. No siempre la primera impresión es la que vale, pero que le digan eso a Debussy o a Manet. Quedo con Gonzalo y Carmen en la plaza de Mina, y allí me presenta a un amigo poeta, Luis García Gil, de esos candidatos a amigo para toda la vida. La Plaza de Mina, ahora, por la noche, es otra. Atmósfera de kermesse y, hablando de impresiones, podría ser Le Moulin de la Gallette de Renoir.
El arte es expresión, impresión y forma de conocimiento. Ello comporta un artificio; realmente tienen gramaticalmente la misma raíz. La construcción de una obra artística es importante, sí. Necesitamos saberla para aprender la “techné” de los griegos. Pero lo que legitima a fin de cuentas la obra es lo que transmita. Hay sonetos impecablemente estructurados que no transmiten nada. Una deformación del sujeto es estar continuamente escrutando la técnica, la “estructura” de la obra, no tanto para sentir lo que dice, sino para reafirmarse a sí mismo en el hecho de “haberla entendido” de lo cual, a su vez, se derivan dos consecuencias: que uno pertenece al club de los perspicaces y que la obra es buena (por eso, porque la ha entendido). Es una ceremonia de reafirmación en la que ha desaparecido la actitud desprejuiciada de quien tiene el valor y la inteligencia suficiente para “dejarse llevar”. Es como si tuviera la necesidad imperiosa de reconstruir impostadamente los propósitos del autor llevándose la obra a los terrenos de su comprensión, para podérsela explicar razonadamente al vecino. Cuántas veces los autores se han quedado atónitos ante las inusitadas interpretaciones de sus críticos.
“Alegrías de Cádiz” es una película coral, inclasificable, entre el documento y el argumento, utilizando todos los recursos de uno y de otro para transmitir la inefable esencia de una ciudad. Esta película es Cádiz, y además Cádiz es mujer. Y carnaval, y chirigotas, y su urbanismo, y sus tipos, sus cantaores, sus ancianas diosas de sabiduría ancestral. Muchas películas han querido convertir a las ciudades en protagonistas. Algunas la han conseguido, casi siempre, como un trasfondo activo, del cual los personajes son hijos o productos. La ciudad en sus personajes, en sus calles, en sus tugurios, en sus luces, siempre en sus luces. El Cádiz de Gonzalo es una especie de “making of” del “making of” del “making of” de una película que no acaba de hacerse- Pepa- porque las ciudades, salvo las ruinas de imperios pasados, no se acaban nunca y se hacen todos los días. ¿Guión? Sí, de vez en cuando, Gonzalo interviene para parar el viento que agita las páginas de ese libro abierto que es la película. Pero el verdadero guión son unas mujeres hablando a su aire a partir de algo que les han hecho decir, transformado por su habla peculiar y torrencial (“torrencial”, como la película), por su forma libérrima de ver la vida, por su enorme poderío de hembra tartésica, diosa atávica que necesita preñarse de todas las facetas de la masculinidad para parir un ser acorde con el exigente espíritu de una ciudad incubada en mil culturas. La película fascina porque lo que transmite- sea por el procedimiento que sea- es auténtico; pero al tiempo desasosiega, porque, como ocurre en todas las películas de Gonzalo, al espectador se le vierte encima tantas dosis de libertad que necesita una entrega y una aceptación total. Es la libertad de su gente, la libertad de sus chirigotas, esas chirigotas cuyas letras siempre, siempre, han caído del lado de la libertad, del progreso, de las virtudes cívicas…¿sería mucho atrevimiento decir que esas chirigotas son pura Ilustración con vitriolo y trompetilla?.
Muchos espectadores pueden sentirse intelectualmente cómplices con esa libertad, pero la propuesta conmina a vivirla, y eso es ya más complicado. Y es que la propuesta de Gonzalo no ha sido disfrutar de una hora y cuarto de ficción, sino de una intensiva dosis de realidad, hechizante, comprometedora, optimista, intimidatoria… o sea, que uno tiene que estar suficientemente preparado para salir del cine “preñado de Cádiz”, como resume gloriosamente al final una de sus “pepas”, una de sus bellas sacerdotisas de esa religión antigua que tiene su Vaticano en la plaza de Mina. O su coño.
Salva MORENO PERALTA